La llegada de Eduado Frei Montalva al poder estuvo rodeada de circunstancias bien especiales. Partiendo de un diagnóstico escuetamente expresado en la idea, expuesta por Jorge Ahumada en su libro “En vez de la miseria”, de la existencia de una “crisis integral" de Chile, su candidatura a la Presidencia de la República ofreció un programa de cambios denominado “Revolución en libertad”. Se trataba, dicho en una sola frase, de realizar transformaciones profundas sin destruir la democracia. Más bien se buscaba la perfección de ésta. Su triunfo electoral abrumador no fue tan fácil de obtener, pues su punto de partida colocaba a Frei claramente en el tercer lugar. Después de un largo proceso en que las mayores posibilidades las tenían, una vez más, las candidaturas de izquierda y de derecha, se desplomó la segunda y sus votos terminaron respaldando a Frei.
Este derrumbe de la derecha merece un paréntesis, pues, aunque constituyó una circunstancia quizá inevitable en ese momento, estuvo rodeado de hechos curiosos, únicos, dignos de recordarse. El factor precipitante fue una elección complementaria de un diputado por Curicó. El evento, que debiera haber sido casi completamente provinciano, fue tomado como una prueba o pequeño adelanto de lo que iba a ser la presidencial unos meses más tarde. Fue "presidencializado". Por eso, los aspirantes a ganar la diputación, representantes de las candidaturas de Julio Durán, Eduardo Frei y Salvador Allende, se emplearon a fondo para ganar y los partidos políticos concentraron todas sus energías en este acto electoral. El país entero quedó mirando hacia Curicó, pendiente de lo que iba a pasar. Esto explica, en parte, lo sucedido, ya que, al triunfar el candidato de la izquierda sobre el de la derecha, ésta entró en pánico. En efecto, fue masivamente invadida por el miedo a que Allende triunfara a la postre, lo que la movió hacia el apoyo a Eduardo Frei. La derecha fue víctima de su propia prédica anti allendista al desarmar la campaña presidencial de Julio Durán el mismo día de su derrota en Curicó. Renán Fuentealba, que presidía la DC en ese tiempo, me contó un aspecto sabroso de este suceso. Según él, en el comando de la campaña del candidato DC comenzó a reinar, al atardecer, el mayor de los desánimos, una vez que los resultados comenzaron a mostrar que sólo se alcanzaría el tercer lugar. Muchos pensaron que esto sepultaba definitivamente la posibilidad de que Eduardo Frei ganara la carrera presidencial. En ese contexto de marcado pesimismo, Fuentealba supo del ambiente funerario que había invadido al comando de la derecha y tomó una decisión audaz, nacida de su indudable talento político y de una intuición extraordinaria: le habló a los jóvenes allí presentes y los alentó a salir a la calle a celebrar la votación alcanzada, que no era mala para Curicó. Les dijo, además, que los verdaderos derrotados eran los derechistas y que sería muy positivo que sintieran esto de un modo categórico. El hecho es que los jóvenes le hicieron caso y salieron a la plaza a manifestar con alegría a favor de Frei. Un bombo, que se hizo famoso en esos años de entusiasmo casi místico en la JDC, resonó otra vez con energía en la habitualmente tranquila ciudad de Curicó. Julio Durán, que estaba cerca de allí, en su comando, vio desde una ventana esta algarabía contagiosa de la JDC y sintió que aumentaba su sensación de derrota que ya lo había invadido. Años después, el mismo Durán le contó a Fuentealba que esta actitud había contribuido decisivamente en su ánimo para definir su actuación esa misma noche, cuando dejó en libertad a los partidos conservador y liberal, que lo apoyaban hasta ese instante. Esta decisión suya llevó a los dos viejos partidos de derecha, sin problemas de conciencia ni mayores complicaciones, a retirarle de inmediato el apoyo y a dárselo a Eduardo Frei, lo que en definitiva, aseguró su triunfo el 4 de septiembre de 1964.
La campaña electoral del abanderado de la DC tuvo un punto culminante con sello propio, no prestado. Se trató de la “Marcha de la Patria Joven”. Desde todos los rincones del país marcharon jóvenes hacia Santiago durante más de un mes y convergieron en el Parque Cousiño (actual O’Higgins) para oír, en una enorme concentración de masas, al candidato. Ahí Frei hizo uno de los mejores discursos de su vida, con una parte final digna de figurar en una antología de la oratoria. Su magistral invocación de grandes hechos del pasado chileno produjo un climax irrepetible. Sus palabras merecen citarse:
Me figuraba anoche, o creí oírlo tal vez en un medio insomnio. Veía que un niño, corriendo, le decía a su padre: “¡Ahí vienen! ¡Vienen desde Arica! ¡Van por Concón, por Placilla! ¡Mire cómo montan la cuesta de Chacabuco! ¡Mire aquellos que pasan por Cancha Rayada, por Rancagua, por Maipú! Padre, ¿Quiénes son?¿Son los demócratas cristianos?” “No, hijo; son más que eso.” “¿Son los freístas?” “No, hijo; mucho más que eso.” “¿Quiénes son, padre? “Hijo, ¿no ves las banderas? ¡Son los mismos... los de 1810, los de 1879, los de 1891... ¡Son la patria! ¡Sí amigos, ustedes son eso! ¡Son la patria! ¡Son la patria, gracias a Dios!
Estuvimos ahí, mi esposa, que esperaba nuestro primer hijo (Alejandro), y yo, escuchando emocionados sus palabras. Nuestra certeza en el triunfo se basó en el ánimo de la gente en este evento y no en los aspectos negativos de la llamada “campaña del terror”, que llevó a cabo la derecha pronosticando las desgracias que ocurrirían si triunfaba Allende.
El 7 de marzo de 1965 se llevaron a cabo las elecciones parlamentarias. Su resultado también es digno de mención. La DC, montada en la “ola freísta”, obtuvo un resultado extraordinario (el 42% de los votos), que le dio mayoría absoluta de parlamentarios en la Cámara de Diputados. Sin embargo, en el Senado, donde aumentó considerablemente su presencia, siguió en minoría, puesto que se renovaba una parte solamente del mismo. La oposición de izquierda y de derecha, sumando sus votos, tuvo la mayoría y, por eso, a pesar de lo que separaba a uno y otro extremo, se atrincheró en la Cámara Alta.
Visto desde la perspectiva histórica que da el paso del tiempo, el hecho anterior no fue, en verdad, correctamente evaluado por Frei y la DC. En cierta forma, consideraron que el mandato recibido en 1964 y 1965 no podía ser resistido por la oposición de izquierda y de derecha en el Senado, pues debía respetarse la voluntad ciudadana expresada en las urnas. En la práctica, ninguno de los extremos se dejó intimidar. Sus senadores, sobre todo, hicieron uso de los mecanismos constitucionales y le dificultaron seriamente la tarea al gobierno.
En lo personal, aparte de la inmensa alegría por el triunfo de la DC, este hecho le dio un rumbo a mi vida bastante ascendente. En efecto, ante la situación de facto creada por el gobierno DC, que utilizó todos los cuadros disponibles para poder ejercer adecuadamente sus tareas gubernamentales, yo, que en ese instante era Jefe del Departamento Internacional de la Juventud, fui designado por el Presidente de la DC, Renán Fuentealba, Jefe del Departamento Internacional del PDC, o sea, del nivel adulto, cargo en el que fui ratificado por Patricio Aylwin, que sucedió a Fuentealba algunos meses más tarde. De esta forma dejé de ser militante de la JDC. La nueva función me obligó a tomar contacto con la Cancillería, a fin de estar informado de lo que ésta hacía y tener, a la vez, una cierta presencia institucional en el gobierno. Participé en numerosas reuniones y me interioricé rápidamente de los problemas de la política exterior chilena, tanto de sus límites como de sus posibilidades. Nueve meses después de asumir Frei, Gabriel Valdés, su Ministro de Relaciones Exteriores, me ofreció trabajar con él como su Secretario Político. Esto me llevó al Ministerio, que funcionaba en el Palacio de la Moneda, donde al año pasé a ser Asesor Político de la Cancillería, un cargo de confianza con rango de embajador, cuarto en la jerarquía formal de esa repartición pública. Estuve, en definitiva, algo más de tres años en la Cancillería, la que debí dejar por razones financieras personales, pues ganaba muy poco para una familia como la mía, que comenzaba a crecer. Acepté ser Director Latinoamericano de la Inter Press Service, una agencia internacional de noticias con sede en Roma, que gozaba del apoyo de Frei y Valdés. Dí este paso en absoluta armonía con ellos, al revés de lo que un periodista sin ética lanzó en la prensa, causándome daño moral. Pasé a ganar el doble y tuve a mi cargo diez oficinas en América Latina y una en Estados Unidos. No perdí nunca el contacto con La Moneda, lo que me mantuvo vinculado estrechamente al gobierno y a sus principales personeros.
El equipo de Frei fue de gran calidad humana, profesional y ética. Prácticamente todos los que ocuparon cargos de ministros, subsecretarios y jefes de servicios mostraron gran vocación por lo que hacían y le dedicaron sus mejores fuerzas a ejecutar, con impecable probidad, sus respectivas tareas. Frei hizo pocos cambios de gabinete y algunos ministros lo acompañaron durante todo su período (Gabriel Valdés en Relaciones Exteriores, Raúl Troncoso en la Secretaría General de Gobierno y Hugo Trivelli en Agricultura). Valoraba mucho la estabilidad de los equipos de confianza.
La política desarrollada fue ambiciosa. Frei trató realmente de cumplir su programa, como lo demostró desde el primer día al enviar al Congreso proyectos de ley que pretendían ponerlo en marcha. Lo consiguió en gran parte, destacándose lo realizado en la educación, que sufrió una expansión considerable, y agricultura, con la Reforma Agraria. La Promoción Popular abrió puertas de participación a amplios sectores y contribuyó a combatir la marginalidad. La política exterior estuvo brillantemente llevada a cabo por el ministro Valdés y por el propio Frei, que, en esta materia, sabía mucho y le interesaba sobremanera. El hecho de que Valdés lo acompañara durante los seis años de gobierno fue casi un milagro, porque ambos discreparon varias veces en puntos importantes. Conozco bastante bien este aspecto, en parte porque me tocó vivir directamente un caso, el de la representación de China en las Naciones Unidas y escucharle al propio Valdés lo sucedido en el tema de las relaciones comerciales con Cuba y, más ampliamente, de las relaciones de Chile con Estados Unidos. Frei tenía una consideración mucho más marcada que Valdés hacia la gran potencia del Norte. Temía, también, reacciones norteamericanas que, en la práctica, no se dieron.
Un punto débil del gobierno de Frei se situó en su política militar. Hubo descuido en esta materia, que se tradujo en incomprensión hacia los problemas que tenían las Fuerzas Armadas para cumplir sus tareas propias y hacia su rol en la sociedad moderna que se quería construir. La culminación de esta circunstancia fue el llamado “tacnazo”, un acuartelamiento en el regimiento Tacna, encabezado por el general Roberto Viaux Marambio, con el objeto de presionar al gobierno y obtener la satisfacción de algunas aspiraciones “gremiales” importantes: mejoría de sueldos y renovación del equipamiento militar. El hecho, revestido así con esta imagen de reivindicación casi sindical, adquirió de inmediato dimensiones mayores y su dinámica se orientó a un enfrentamiento susceptible de terminar en un golpe de Estado. Viví este acontecimiento de un modo muy particular. Estaba trabajando desde hacía un año como Director Latinoamericano de la Inter Press Service (IPS) y se me ocurrió, haciendo uso de la credencial respectiva del Colegio de Periodistas, ir al Regimiento Tacna a ver cómo se desarrollaban los acontecimientos allí. Logré ingresar sin mayores problemas al lugar donde estaba el corazón mismo del conflicto y pasar en ese sitio casi doce horas, hasta que se produjo la entrega del Regimiento por parte del general alzado. Fue una experiencia intensa y sumamente interesante, que me dio una visión bastante completa del problema planteado. Tenía tres aspectos, dos propiamente coyunturales muy sensibles (mejores sueldos, que eran realmente bajísimos, y renovación del equipamiento, que en gran parte estaba obsoleto) y uno de mayor proyección y difícil formulación, pero que surgió nítidamente en mis conversaciones en el Tacna con los oficiales, casi todos mayores y coroneles: existía angustia por aclarar, en versión moderna, el rol de las FF.AA. en las tareas del desarrollo. Meses más tarde, en un encuentro que tuve con René Schneider, el comandante en jefe del ejército que surgió de la crisis del Tacna, me felicitó por un artículo mío, titulado “Crisis Militar”, publicado en la revista Mensaje (diciembre de 1969) porque, a su juicio, había mencionado este punto sobre el rol de los institutos armados en la sociedad chilena. Me confidenció que estaba preocupado precisamente de ese tema, que estaba escribiendo algo y que, en algún momento, me iba a invitar a conversar sobre la materia. Desgraciadamente Schneider murió asesinado al comenzar noviembre de 1970 y sus intenciones quedaron en nada. Fue un gran soldado y un espíritu cultivado, de gran sensibilidad humana. Su sucesor, Carlos Prats, también fue un hombre de esa estirpe. Augusto Pinochet, en cambio, que vino después, no tuvo, como veremos más adelante, esa calidad, lo que significó graves consecuencias para Chile. El contraste, además, entre los dos primeros y este último, resulta abismal. Pinochet era la vulgaridad misma. Schneider y Prats, al contrario, eran seres de gran finura moral e intelectual.
1 comentarios:
- At 27 de febrero de 2009, 22:38 Unknown said...
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Hola Otto.
Buscaba la fecha de cuando el senado rechazó el viaje a Estados Unidos de Frei. No encontré la fecha, pero te encontré a tí.
Mi correo es fernando.reyesmatta@gmail.com
Por cierto, muy interesante tu blog al que volveré.
Un abrazo
Fernando